12 enero 2010

CUENTO: EL ULTIMO PLACER DEL SEÑOR GRAU

El señor Grau llegó hasta la oficina interplanetaria a revalidar su carnet de conducir. Hacía calor y justamente hoy era el primer día luego del receso de pluriverano, por lo cual pulsó el botón del comando de su traje térmico aislante.
Tenía el número 25 y recién habían llamado al 19. El señor Grau estaba cansado por el viaje desde la galaxia Beta5CXS y miraba a la hermosa empleada rubia con infinita amargura. Recordó mientras tanto el laberinto de oficinas que hubo de visitar antes de llegar hasta esta. Recordó también a su regordeta y fastidiosa mujer que obviamente le reprocharía la demora, le reclamaría no haberle llevado a tiempo la docena de huevos comprimidos en tetrapastillas. Luego, y esto le produjo un marcado fastidio, tendría que satisfacer las demandas sexuales de su mujer para congraciarse un poco.
Pasaron 40 anteminutos, lo que equivalía a dos comidas diarias, y todavía no había sido atendido por lo que sacó del bolsillo derecho de su pantalón el G-POD4, para estar seguro de haber traído todos los requisitos que le pedían, pero no bien terminó de meter su mano escuchó la voz etérea de la empleada que anunciaba su número. En ese momento, quedó suspendido en un inexplicable limbo de expectación al mirar con detenimiento a la empleada rubia que movía sus pestañas en aparente juego de cacería. Su corazón comenzó a palpitar como un caballo desbocado y sus venas se hincharon hasta casi explotar.
La empleada rubia sin inmutarse por el espectáculo que él ofrecía, lo saludó y con amabilidad y una ingenua voluptuosidad le dio un formulario de pantalla líquida e invisible que el señor Grau (quedado en los viejos tiempos) no supo como completar.
Para su sorpresa la empleada rubia de senos piramidales comenzó a tocar sus trece labios con la sensualidad de una gata en celo. El señor Grau miró a su alrededor, dejó el formulario sobre una pequeña mesita de níquel y su sorpresa fue mayor, al comprobar que se encontraba absolutamente solo. Mejor dicho, sólo con la empleada rubia que ahora se subía al escritorio y mostraba sus largas piernas de seda color ámbar.
El señor Grau comenzó a dar saltos para atrás como era costumbre en ese planeta y
con gran ánimo desplegó la mejor de sus sonrisas. Su ombligo se alargó en un acto propio de hijo natural hacia los comienzos de la vida.
La empleada abrió sus piernas y de su cuerpo comenzaron a salir aromas de azaleas, fresias, rosas y un perfume que el señor Grau no pudo descifrar. Sin darse cuenta tal vez, sus manos buscaron la presencia de la empleada rubia que jadeaba rítmicamente mientras no cesaba de pronunciar palabras de hermosa sonoridad. Lentamente, con la velocidad que únicamente el placer puede prodigar, sus pieles se rozaron, sus dedos infinitos de erotismo se entrelazaron con el vértigo del sexo voraz.
Sus siete sentidos abrigaron el universal trance de la pasión sin límites, juntos cerraron sus ojos sintiendo la carne en hábito perverso. Subieron cada uno al cuerpo del otro convirtiéndose en prisioneros sin esposas ni cadenas. La curvatura de la espalda de la empleada rubia mostró al arquearse la inocencia de la luz virginal, el reflejo que la llamaba desde los orígenes de la vida. Ante cada movimiento de sus tersas caderas la lascivia corría sus anchas, el campo del amor casual era más fértil que en los tiempos de la Revolución Seminal de Octubre, cuando los hombres decidieron verter sus líquidos amatorios en cuanta mujer encontraba.
El señor Grau sintió en sus mejillas la lengua porosa de ella, la humedad incesante que se posaba en sus labios como un ejército invasor que se hacía dueño de cada parte del territorio irrumpido.
En los límites del acto se prepararon para el orgasmo que todo lo vence. Ella gimió inequívocamente para abrirse al animal humano que la embestía, aún más abrió su boca, para devorar cada parte del señor Grau que dócilmente se entregó al máximo encantamiento del último goce. Su cuerpo desapareció como si nunca hubiera existido.
Lentamente la empleada rubia se acomodó el cabello, pintó sus labios de rouge y llamó al número 26.

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