23 agosto 2010


Sylvia Plath


La Ternura del Huerto de Escoria Cuando por cierta evidencia, libre o ajustada, se está en el vértice, la vida y la expiración es la idéntica frustración. Establecidos males, en mixtura con comprobados contornos, logran trasladar a cualquier persona a un sino irremediable, admirable: el término de cualquier esplendor, el de la pasión y el del padecimiento; el germen y los vestigios se unen en una misma pócima.Para insinuar una desnuda parte de la poesía de Sylvia Plath, es considerable poseer conocimiento de aquella otra parte de su vida que se relaciona con esta originaria. Si somos justos la suya es una poética para pensar más que para complacerse por su belleza literaria, cabe señalar la profusión de imágenes paradójicas, de paralelos sensorialmente asimétricos, que en el muestrario de su labor establecen de Plath esa ternura que en el huerto de la escoria , sobresale para quedar expuesta.Confinando lo consabido y extrínsecamente de una lingüística y un glosario presuntuosos, la reproducción autobiográfica de unidad de sus poemas, enclaustra un específico afán que está ceñidamente enlazado a un acontecimiento preciso del día en el que la escritora esboza su trabajo.De los escenarios retratados por Sylvia Plath, concluimos una impresión, un momento de coraje, lo que se conoce y lo que se desconoce. Pero, es ineludible comunicarse con esos resquicios de su vida para estar al corriente de su poesía.

A continuación uno de sus últimos poemas .


Piedras y rosas


Deseabas con locura la calma

de una muerte que alejaste durante horas-

-con el cuerpo de una mujer para tu jarrón,

botijo, urna...

fuiste el terciopelo rojo de una rosa ansiosa,

floreciendo en su anhelo

por volver a la tierra.

Ahora yaces bajo una lápida-

-quieta, más allá del frío,

más allá de los voltios azules,

más alláde tu luna pertubadora.

Fuiste una fuente

erguida para su caída.

Y tus ojos

dos oscuras piedras de silencio,

desbordándose en un océano

de verso profundo.

Ahora los huesos de tu cuerpo yacen quietos,

areniscos.

Y tus dientes permanecen

silenciosos, como guijarros pacíficos,

más allá del bombardeo de las olas insistentes.

Y tú flotas en la blancura

de tu madre huesuda, que con lágrimas

ha puesto estrellas en las cuencas de tus ojos.