23 julio 2010


DEBERÍAMOS ELEGIR NUESTRA MUERTE




Deberíamos elegir nuestra muerte, así como elegimos los amigos, la música que escuchamos, el almuerzo, o simplemente la cosa más cotidiana.
Deberíamos tener muchas y variadas opciones al final de nuestras vidas para así tratar de darle un toque personal y único a ese instante irrepetible al que invariablemente nos dirigimos, ya que somos
el personaje principal de nuestra historia; esa emocionante historia en la cual en repetidas oportunidades debemos optar por tal o cual camino y en la que en incontables veces no reparamos en las consecuencias de nuestras determinaciones, sería un gran broche final el poder decidir la forma o el estilo del momento terminante, y obviamente ya que sabemos el resultado de ese designio, no habría que preocuparse por ello.
Alguien por ahí elegiría una muerte patética, rayana en lo absurdo, de manera que en el más allá, al recordar el funesto hecho, se pudiera regocijar de tan tragicómica forma de dar el último suspiro.
Otro quizás prefiera un deceso de novela, de esos finales de película romántica, en el cual la víctima luego de un apasionado y tórrido romance, vive sus últimos latidos sintiendo el fuego del ardiente amor en su corazón desbordado.
Habría de igual modo el que opte por una muerte valiente, después de un acto heroico, o de una acción que despierte asombro y respeto en los demás y que sea ese el punto culminante de una vida vivida con energía y resolución.
Semejantemente, quién elegiría morir penosamente, siguiendo un doloroso derrotero y sufriendo el olvido y la tristeza más alta.
Podríamos tener la oportunidad de elegir el cómo, pero también el dónde, con quién y en cuánto tiempo de duración, pero seguramente nos estaría vedado el cuándo...
Cuándo, sería tal vez la cuestión prohibida, la madeja más difícil de desenrollar, el ojo de la aguja por el que nadie pueda pasar, ya que esa temporal y determinada escena le daría el real encanto a nuestras vidas, sería fundamental no alcanzar el conocimiento de cuándo será el momento definitivo en el que diríamos adiós a este mundo.
Pero claro, de ser así, deberíamos despojarnos de nuestras vestiduras, armarnos de otros conceptos de vida, enriquecernos de dimensiones místicas nuevas, perder partes del pensamiento que tuvo en su génesis el hombre, cerrar puertas y ventanas de esos cuartos que también representaron mundos del pasado, hasta dejarse invadir por ese viento abrasador que significaría el saber sobre nuestra muerte.
Quién se atrevería en comenzar este juego, o acaso, simplemente en un abrir y cerrar de ojos, estemos a punto de saber ese misterio. La ciencia tendrá la última palabra.

1 comentarios:

Karelin dijo...

Wow...lo explica muy bien jaja