DE LOS DEMONIOS DE LA POESÍA

08 octubre 2009


CADA vez que descubro un buen poema tengo la necesidad de saber quién está detrás de esa fantasía de palabras. Resulta un acontecimiento, una iluminación, esa pequeña magia consistente en la lectura de una simple poesía cargada del poder extraordinario, que llevan exclusivamente las buenas poesías.
Y es imprescindible tener la capacidad de interpretación suficiente, para poder captar el sentido, la fuerza interior, la tensión que el poeta trató de dar. Hay que estar debidamente preparados. No cualquiera tiene ese sexto sentido en su cuerpo, en su visión. El poema viene a nosotros como un amor que uno no espera, como esa sorpresa que desarma nuestros esquemas estructurados.
El poeta es un Dios en su mundo, un ser que puede lograr el giro inesperado, la emoción lúdica, el desconcierto. Y desde esa posibilidad nace la extraña conjunción, el puente sensible que se tiende entre él y el lector. Una unión cimentada en la imaginación que durará toda la vida.
Un poema nos dura toda la vida.
Esto es inexplicable y necesitaría quizás rollos y rollos de papel para tratar de dar una idea vaga y que roce la comprensión. Como así no se pueden entender las razones de un beso o de una renunciación, así es fútil el desentrañar el misterio que conlleva una poesía.
Mi humilde opinión es que para leer un poema hay que simplemente querer leerlo, tener las ganas de sumergirse en esa comunicación silenciosa. Es probable que entender una poesía nos lleve una vida, o que nunca podamos desenmascarar su significado, pero el sólo hecho de que nos guste y nos transmita un momento de goce, ya es suficiente.
Como decía un poeta francés “Toda poesía es una locura retocada”.
Y como para ejemplificar lo anterior que mejor que un poema de Henri Corbin.

Y la estrella viaja con sus piernas de fuente pura”

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