11 octubre 2009





El 25 de septiembre se cumplieron 37 años de la desaparición de la poeta argentina, que quebró la poesía latinoamericana con su estilo creativo tan difícil de encuadrar en alguna corriente literaria.
Alejandra Pizarnick, atrapó elementos metafóricos del surrealismo, pero sin la elaboración espontánea del poema y sin la sobrecarga de los puntos oníricos, que sí son esenciales en el movimiento creado por André Bretón.
Ella, durante su corta vida, diseminó por la página en blanco un lenguaje basado en la búsqueda permanente y sin renuncias de la palabra, de la palabra que la libere del justificar su existencia, como tratando de escapar a la asfixia de decir lo que no puede decir, y allí justamente, estaría el origen de sus pequeños fuegos como le gustaba llamar a sus poemas.
“En la jaula del tiempo, la dormida mira sus ojos solos”, dice en uno de sus poemas y es muy elocuente su errar vagabunda por la vida, su necesidad de encontrar el alma que, en el descanso del sueño, le permita torcer los barrotes por los que se ve prisionera. “En mí el lenguaje es siempre un pretexto para el silencio”, y ese silencio es quizás, la llave para abrir todas las cajas que en su pecho guardaban su deseo interior por recorrer el camino que le fue concedido por el destino. Desde los primeros años, ella sintió ser un alma convidada por la tristeza y el desamparo, y como en un torbellino, su existencia fue viajando para desencadenar una poesía personal, que poco a poco iba llegando al cruce con la ansiada muerte. Podemos notar en sus escritos una temática desprovista de ejes sociales, de religiosidad; en cambio son claras sus interrogaciones acerca de su posición en el mundo que le es ajeno e impropio.
En un epígrafe del poema “La jaula”, se logra vislumbrar el sentimiento que la acorralaba invariablemente, “Sobre negros peñascos se precipita, embriagada de muerte, la ardiente enamorada del viento”, en el primer verso hay una constante en su temática, la negritud, la oscuridad como ambiente a su alrededor; en el siguiente, la muerte, que en su caso parece estar presente en cada movimiento y acto, y el verso final, en el que la pasión de su escritura la lleva a mezclarse con el viento que le cierra los ojos y la libera.
No obstante, en sus últimos años, el lenguaje que la salvaba de su penosa vida deja de resultarle coherente y se torna falto de estructura, el silencio ahora la agobia y el suicidio como alternativa se le presenta con más fuerza. Revela ante sus íntimos, el temor por no poder olvidar que su vida está anudada con su poética y que para ello el quitarse la vida es la necesidad que reemplace su tempestuosa y salvaje escritura. Envuelta en la inercia del abandono, en las sombras negras que presagió tantas veces, un 25 de septiembre se suicida en su departamento.
Entre las obras más interesantes podemos citar, “Árbol de Diana”, “Los Trabajos y las Noches”, “El Infierno Musical”, “Extracción de la Piedra de la Locura” y “Textos y Sombras”. Esta lila se deshoja. Desde sí misma cae y oculta su antigua sombra. He de morir de cosas así.

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